Comienza la aventura. Llegamos a Piedrafita el 31 de julio sobre las 18h de la tarde. Hemos salido muy temprano de Valencia para coger un tren hasta Madrid y desde la capital un autobús que nos ha dejado en este pueblo a sólo 4 kilómetros del comienzo de nuestro primer día de Camino de Santiago. Para evitar los problemas para alojarnos hemos reservado habitación en un hostal. El amable hombre que regenta el negocio nos informa que todos los días, excepto los domingos, pasa por el pueblo un pequeño autobús que recoge a los peregrinos para subirlos a O Cebreiro y comenzar el Camino. Muy buen consejo, a pesar de que la distancia es muy pequeña, el trayecto es muy duro por la pendiente, suerte que nos avisaron con tiempo.
El despertador suena muy temprano al día siguiente. La emoción de comenzar nuestro reto nos hace despertarnos casi sin notar el sueño. Segui,mos las instrucciones del propietario del hostal y cogemos el autobús que llega a las 6.45h con estricta puntualidad. Tras recorrer la poca distancia que nos separa de nuestro destino, nos disponemos a desayunar. A pesar de ser una localidad de paso del Camino, en Piedrafita no encontramos ningún lugar en el que poder coger energías para la caminata. Nada más llegar a O Cebreiro nos acordamos de aquellos que nos contaron lo precioso que luce este pueblo, uno de los más bonitos (por no decir el más) que nos hemos encontrado en los 8 días de travesía.
Hemos cargado el cuerpo con dos tostadas de pan gallego y un tazón caliente de café con leche y nos disponemos a empezar a descontar los 160 kilómetros que nos separan de Santiago de Compostela.
La toma de contacto con el camino empieza bien. No hace calor, el fresco de la mañana convierte el primer tramo en un paseo agradable. Pronto empiezan a aparecer pequeñas aldeas casi deshabitadas por las que trascurre el Camino. En alguna tenemos la opción de entrar a contemplar sus pequeñas y austeras iglesias en las que empezamos a sellar nuestras credenciales. Muy pronto llega el primer momento de dificultad de la etapa, la subida al alto del Poio. En un principio es muy ligera y continúa más o menos así hasta el último kilómetro en el que la rampa se inclina más.
Seguimos atravesando aldeas y en una de ellas una agradable señora nos invita a degustar un crep recién hecho. Nos dice que lo ha elaborado con los huevos de sus gallinas y con la leche de sus vacas. El delicioso crep que nos comemos nos abre el apetito y decidimos aprovechar uno de los dos bares que tiene el pueblo para reponer fuerzas.
Después del almuerzo, empiezan los primeros cálculos, estamos en Fonfría y nos queda un poco menos de la mitad de camino hasta Triacastela. La mujer del hombre que nos atendió en el hostal de Piedrafita nos facilitó el número de teléfono de otra señora que regenta un albergue privado en Triacastela. Es el primer día y la inexperiencia nos lleva a reservar dos plazas para dormir esa noche, queremos terminar la etapa tranquilos sabiendo que tenemos seguro un sitio donde pasar la noche.
De ahí hasta Triacastela puede que viviéramos los peores momentos de los 8 días de Camino de Santiago. Precisamente en Fonfría comienzan 9 kilómetros de bajada constante. El desnivel va cambiando pero siempre se mantiene una pendiente pronunciada. La bajada comienza a castigarnos las rodillas y las uñas de los pies, el paisaje se convierte en árido, empieza a haber mucho polvo. Hay momentos en los que descendemos tramos de espalda para no castigar tanto los pies. Casi al límite de nuestras fuerzas avistamos el cartel que nos anunciaba que nos encontramos en Triacastela. Tras el suspiro de alivio, nos disponemos a buscar nuestro albergue.
Hola. Podríais decirme como se llama el hostal donde dormisteis en Piedrafita? Un saludo y buen camino.
Hostal El Rebollal. Mucha suerte en vuestra aventura y buen camino.