La guerra no es lugar para niños

Reportajes

Picanya acogió durante la Guerra Civil a casi doscientos menores que huían de los horrores del combate.

En octubre de 1936, el gobierno republicano presidido por Largo Caballero puso en marcha el Comité de Refugiados, que pretendía ‘sustraer a la infancia del ambiente bélico’. La proximidad de la lucha armada aconsejaba evacuar a zonas alejadas de la contienda a numerosos niños que tenían su residencia en zonas afectadas por el curso de las operaciones.

La propaganda republicana apoyaba a la ley con mensajes como: ‘¡Padres! Vuestros hijos son vuestra propia personalidad y el futuro de la sociedad española. Es vuestro deber alejarlos de todo peligro. El Ministerio de Instrucción Pública cuenta con recursos y dispone de las máximas posibilidades para que nada les falte. Tú, padre consciente, debes evacuar a tus hijos’. En abril de 1937 ya eran más de cien mil los niños que abandonaron Madrid.

Fue en aquel momento cuando la familia Pascual García tomó la decisión de mandar a sus tres hijas fuera de peligro. Un día de abril del 37 los padres de Teresa, Juana y Carmen recibieron una carta del colegio donde se les hacía esta recomendación. ‘Mis padres lo pensaron mucho, no querían desprenderse de nosotras’, reconoce Juana. Tras mucho tiempo de reflexión, la decisión final fue la de sacarlas del infierno en que se había convertido la capital de España.

Pocos días después, las tres, acompañadas por sus padres, subían a un tren que les tenía que conducir a Valencia. ‘Fue un momento muy duro, en la estación sólo se escuchaban lloros de los niños al despedirse de sus parientes’, cuenta Teresa. Con sólo 12, 10 y 8 años la guerra las separó de los suyos. El viaje fue muy largo, el tren tuvo que detenerse en varias ocasiones por culpa de lo castigada que estaba la vía férrea.

Una vez en la ciudad del Turia, en el patio del colegio Luis Vives los dividieron para repartirlos por diferentes localidades. Teresa, Juana y Carmen subieron en el autobús que les llevaba a Picanya. Estaba todo el pueblo en la plaza esperándoles. Les acogieron con mucha alegría y ‘con los brazos abiertos’ según cuentan las hermanas Pascual.

Muchos de los niños bajaron del autobús bastante aturdidos y echando de menos a sus padres. ‘No ploreu, no ploreu que ací estareu bé’, les decían las personas que habían ido a recogerlos. ‘No entendíamos nada, pensamos ¿esta gente en que idioma habla?’, recuerda con una sonrisa Juana.

Las tres se fueron con el teniente de alcalde del ayuntamiento, el señor Roig, que era el único que tenía espacio en su casa. Fue una de las cosas que les pidieron sus padres, que nunca se separasen. El refugio en casa particulares fue una solución de urgencia hasta que estuvieron preparadas las colonias escolares. En Picanya hubo tres. Una en el huerto Albiñana, otra en el de Lis y la última en el de Coll. En total casi 180 niños vivieron en paz en esta localidad durante los años de la Guerra Civil.

Las colonias eran un oasis de paz en un país sumido en la crueldad de la guerra. Los niños hacían deporte, estudiaban y jugaban sin miedo. ‘Nos llevaban a la playa de Valencia. Fue inolvidable. Nunca habíamos visto el mar’, señala Juana. Otro de los recuerdos que con más cariño guardan es el olor de los naranjos que rodeaban a la colonia del huerto de Lis. ‘Madrid olía a bombas. El olor a naranja nos daba la vida’, reconoce Carmen.

Uno de los momentos más esperados en el huerto de Lis era la llegada de Santolaria, el cartero. Semanalmente las familias y los niños se comunicaban con cartas. Leyendo las misivas los niños volvían momentáneamente a la realidad. España se encontraba sumida en una guerra y ese era el motivo por el que estaban separados de sus padres.

Juana, la mayor, y su padre habían establecido un código secreto para saber si la situación en la colonia iba bien. ‘Mi padre me dijo que dejara abierta la letra “o” si había algún problema. Nunca lo tuve que hacer, siempre cerré las “oes” en mis cartas’, confiesa Juana.

Dos años después de su llegada a Picanya, los niños de las colonias tuvieron que ser trasladados a Murcia. La guerra avanzaba y el huerto pasó a ser base de operaciones de las brigadas internacionales. Allí los niños vivieron el final de la guerra. Los más afortunados no perdieron a sus padres en combate y pudieron volver a sus casas. Fue el caso de Carmen, Teresa y Juana que tras tres años de evacuación pudieron reencontrarse con sus padres.

Setenta años después, las hermanas Pascual volvieron este fin de semana a Picanya. Lo hicieron coincidiendo con la presentación del libro “Els Horts Solidaris” de Cristina Escrivà y Rafael Maestre en el que se cuenta la vida y la organización de estas colonias educativas. Carmen, Teresa y Juana pudieron por fin cumplir un sueño, dar las gracias a los ciudadanos de Picanya por el cariño y la solidaridad mostrada con ellas durante esos momentos tan difíciles.

Reportaje publicado por Ricardo Marí en el periódico Valencia Express el 1 de abril de 2011.

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